Las Orillas del Estigia

martes, 19 de octubre de 2010

Retazo VI

John Findersoul, el Buscador de Almas, había sentido una perturbación casi física. Siguió su olor vacío, su hedor a nada que le llevó a presenciar la escena entre Caronte, el viejo y el hombre del que emanaba un perfume tan frio que hasta el aliento del viejo era árido y caluroso; tanto que parecía que arrullarte junto a él era una buena idea.
La figura del viejo y su ausencia de sombra eran inconfundibles: encorvado pero irradiando una sensación de infernal peligro, de movimientos lentos pero extremadamente precisos y una pétrea mirada justo donde el alma debía flotar en un mar de jugos destilados del dolor y placer. Pero en el nuevo nada flotaba.
En el preciso instante en que el viejo iba a iniciar un movimiento de su descarnada mano hacia el hueco del alma, y Caronte goteaba esencia de placer indigno, se percataron de la presencia de Findersoul. Y cuando alguien se percata de la presencia de Findersoul, es que no es Findersoul: Había alguien más de caza.
Ambos huyeron dejando la codiciada pieza a merced de Findersoul y del invisible cazador.
Pero a John lo que más le preocupaba era saber qué carajo hacía el viejo cerca de aquel hombre sin alma que todo lo perturbaba. Nunca antes El Viejo había salido del Infierno.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Retazo V


Nos miramos fijamente Caronte –de imponente presencia física – y yo. Él esperando preguntas y yo las respuestas a preguntas que me parecían obvias. Sólo hubo, por su parte, un comentario a mi nueva situación:
-          Se agradece que no hayan dramatismos.
-          ¿Cuál podría haber? Esto es irremediable
-          No creas
Debió dibujarse en mí una extraña mueca, mezcla de horror y vacío,  ante la incertidumbre de lo que aquella respuesta implicaba.
-          Eso es precisamente el infierno: La incertidumbre y el vacío.
No podría estar más de acuerdo con su apreciación y le pregunté sobre la incertidumbre más acuciante del momento.
-          ¿Qué pasa con La Niña?
-          Que te lo explique su abuelo.
El viejo del banco salió de ninguna parte - se materializó o sea lo que sea lo que se hace estuviera donde estuviera yo en ese momento - lo miré, y vi el dolor reflejado en todas y cada una de sus arrugas que eran como grietas a un oscuro abismo. No hizo falta que me dijera nada y de la ensoñación real del horror me sacó la voz realista y cavernosa de Caronte.
-          Ya ves que el infierno no es el peor lugar donde puedes estar.
No lo vi pero sentí el gélido aliento ardiente que emanaba de lo más profundo del suelo que pisaba.
-          La Niña me dijo me dijo que buscara en El Libro.
Ambos cruzaron miradas que incrementaron la sensación de mortal terror en el viejo.
-          Ese Libro no debes ni buscarlo ni leerlo; es obra de los Arquitectos Negros.
-          ¿Quiénes son esos y que pasa si lo leo?
-          Nunca presagia nada bueno
En el tiempo justo que tardé en parpadear el Viejo y Caronte había desaparecido dejando en el aire una crispación y un olor demasiado parecido a la huida.

viernes, 8 de octubre de 2010

Retazo IV


Llegué al bar Estigia con algo de retraso para sorpresa de la propietaria. Me gustaba el Estigia porque nunca coincidíamos los mismos parroquianos y  era limpio pero con el aire decadente de una estaciones de autobuses. Como si fuera únicamente un lugar de paso.

Todos mis pensamientos habían quedado anulados por la visión -no sabría decir si presencia - de la Niña, pero al llegar al bar me di cuenta que todos los hombres y mujeres que allí había parecían mirar a un lugar ausente del infinito como si allí estuviera escrito lo que pudo ser y nunca fue ni será. Era una mirada desbordada de funestos presagios.

Mientras esperaba que me atendieran recordé el perfil que los revoloteos de mi alma habían trazado en el aire y busqué si alguno de los allí presentes se ajustaba a él: flaco, alto y con la cara oculta entre nebulosos rasgos.
Había dos candidatos: uno con la cara descarnada y con gesto de alivio, otro demacrado y dando muestras de no creer que estuviera en aquel bar.

Hablé con el segundo y solo me respondió con gimoteos a mis torpes y desorientadas preguntas.

Hablé con el primero y no supo que responderme a las mismas preguntas.

Por fin una respuesta se dibujó al trasluz y venía de otro hombre que se ajustaba al dibujo pero cuya voz parecía ordenar con dulzura que le prestara atención. Lo hice.

- Me buscas a mí
-  No lo sé – Respondí a algo que no era una pregunta si no una cierta aseveración-
-          Paga en la barra. Te costará dos monedas. Aquí todo cuesta dos monedas
-          ¿Quién eres?
-          Caronte

En un segundo - el tiempo en que todo el universo tarda en hacer clic-clac y que los acontecimientos encajen  -lo entendí.

-          Entonces, ¿estoy muerto?
-          Sí, pero no es lo peor que te puede pasar hoy.

Para mi sorpresa  lo acepté con naturalidad, sobre todo porque la muerte ya no tiene remedio y por que la perspectiva de que hubiera algo peor que la muerte requería toda mi atención.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Retazo III

El Azar, el destino y no haber estado en casa cuando llegó el cartero, han hecho que tenga que desplazarme hasta la oficina de correos para recoger un paquete del que no tenía noticia que recibiría. No había llegado todavía el cartero y, por tanto, el paquete se queda en el limbo de las calles mojadas, grises y frías - quizá más de lo normal - de la ciudad.

Al atravesar un parque he notado como el rumor de las hojas se acallaba, las gotas ralentizaban su caída y, justo por donde pasaba yo, no había rastro alguno de que hubiera llovido: el suelo estaba seco.

No he podido evitar mirar la hora –hay que reconocer que está siendo un día raro lleno de premoniciones cumplidas –,  eran, como no podría ser de otra forma, las 14:36 y todo indicaba que algo iba a pasar.

Y ha pasado, vaya que si ha pasado: La Niña de la foto, con su vestido, de lino estaba en el centro mismo del parque, rodeada de silencio y con una especie de existencia flotante y, apostaría, a que en caso de haber sol, sin sombra que proyectar.

Pero seguían siendo las 14:36, un minuto de error con respecto a lo que llevaba escrito en la espalda.
Ahora el reloj sí que marcaba las 14:37 y la Niña empezó a emitir sonidos extraños, punzantes, aspirados y con un rechinar del aire que llegaba nítidamente a mí sin saber que me quería decir.

La Niña desapareció, el viento cambio la dirección y me susurró con una voz dulce que, no me cupo duda, era de la Niña diciéndome que leyera El Libro.

Lo leería, sobre todo si daba explicación al extraño día que estaba teniendo, pero desconocía a que libro hacía referencia. Chasqueé la lengua en señal de decepción y noté un regusto ácido, descreído y simplón demasiado parecido a mi alma.

Escupí rápidamente y con asco - no me gustaba el sabor de mi alma - y salió aleteando haciendo tirabuzones que dibujaron el perfil de un hombre con el agua condesada que dejaba a su paso.

Era un hombre al que no conocía pero la pregunta correcta era si él me conocía a mí. 

martes, 5 de octubre de 2010

Retazo II

Seguía lloviendo con la fuerza justa para disfrutar de ella durante 58 minutos pero para ciscarme en ella los dos que me quedaban. El GPS marcaba 11,675 y lo único raro que se veía delante era un anciano sentado en un banco.

Sería raro, pero no parecía peligroso. Seguí corriendo intentando mantener el ritmo y la dirección pero era consciente que no ocurría ni una cosa ni la otra.

Faltaban 260 metros para acabar la salida y ya intuía que no sería posible correr los 260 metros sin una carga más en el alma. Pero esta vez estaba decidido a evitarla.

Diez metros más adelante supe con certeza que no podría evitarla. Lo supe justo cuando el viejo me miró con un ojo rojo destilando ira y el otro de un indefinido color esperanza.

Di un rápido vistazo al viejo sobre el que parecía haberse detenido el tiempo y vi como en la mano derecha sujetaba una foto arrugada de una niña con vestido de lino. No quise saber nada más y traté de seguir corriendo.

Nada, no pude correr. Solo pude andar mientras sentía la mirada del viejo rasgar la espalda. Volví la mirada pero el viejo había desaparecido, pareciendo que jamás hubiera estado allí a excepción de que, ahora había dos monedas sobre el banco.

Las miré - eran extrañamente hipnóticas-, las cogí, subí a casa, me duché, el picor del brazo había desaparecido y el tatuaje también; en mis sueños aparecen ese tipo de cosas raras, pero no tan raras como ver en el espejo que ahora – en aquel lugar de la espalda donde el viejo me había mirado y con la misma letra - había dos números; 14:37.

Es una hora, no cabía duda. Pero yo no sabía la hora de qué, sólo sabía que a esa hora siempre me tomo una cerveza en el Bar Estigia.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Retazo I

Llueve, me levanto con una extraña picazón en el antebrazo, me rasco, no deja de picar.

Miro y en letras rúnicas aparece tatuada la fecha de hoy y un número: 11,750. 

Son 250 metros menos de lo que pensaba correr hoy. Desconozco las implicaciones, pero necesito saberlas: salgo a correr.

Me sorprende saber leer las runas pero aún más me sorprende la opresiva sensación de una duda: Quizá no vuelva.