Seguía lloviendo con la fuerza justa para disfrutar de ella durante 58 minutos pero para ciscarme en ella los dos que me quedaban. El GPS marcaba 11,675 y lo único raro que se veía delante era un anciano sentado en un banco.
Sería raro, pero no parecía peligroso. Seguí corriendo intentando mantener el ritmo y la dirección pero era consciente que no ocurría ni una cosa ni la otra.
Faltaban 260 metros para acabar la salida y ya intuía que no sería posible correr los 260 metros sin una carga más en el alma. Pero esta vez estaba decidido a evitarla.
Diez metros más adelante supe con certeza que no podría evitarla. Lo supe justo cuando el viejo me miró con un ojo rojo destilando ira y el otro de un indefinido color esperanza.
Di un rápido vistazo al viejo sobre el que parecía haberse detenido el tiempo y vi como en la mano derecha sujetaba una foto arrugada de una niña con vestido de lino. No quise saber nada más y traté de seguir corriendo.
Nada, no pude correr. Solo pude andar mientras sentía la mirada del viejo rasgar la espalda. Volví la mirada pero el viejo había desaparecido, pareciendo que jamás hubiera estado allí a excepción de que, ahora había dos monedas sobre el banco.
Las miré - eran extrañamente hipnóticas-, las cogí, subí a casa, me duché, el picor del brazo había desaparecido y el tatuaje también; en mis sueños aparecen ese tipo de cosas raras, pero no tan raras como ver en el espejo que ahora – en aquel lugar de la espalda donde el viejo me había mirado y con la misma letra - había dos números; 14:37.
Es una hora, no cabía duda. Pero yo no sabía la hora de qué, sólo sabía que a esa hora siempre me tomo una cerveza en el Bar Estigia.
Mas! Queremos mas!!
ResponderEliminarBebeto